Opinión

Al menos nos queda Portugal

  • Costa con su dimisión sentó el  ejemplo de cómo debe ser un político  digno del cargo  
Imagen de la Asamblea de la República de Portugal.

Mientras en España asistíamos al vergonzoso espectáculo de un Gobierno enfermo de sectarismo utilizando a las víctimas del mayor atentado terrorista de nuestra historia para tapar la corrupción política de una amnistía a delincuentes y golpistas para comprar los siete votos que le permitan mantenerse en el poder, y para encubrir la corrupción económica del caso Ábalos o caso PSOE que salpica a ministros, exministros, a la presidenta del Congreso, a dos Gobiernos autonómicos y a la mujer del presidente, Portugal nos daba una lección, otra más, de dignidad, democracia y sentido de Estado.

El partido socialista portugués, después de perder más de medio millón de votos y un tercio de sus diputados, ha anunciado que dejará gobernar al ganador de las elecciones, el candidato del centroderecha, que ha quedado lejos de la mayoría absoluta, para que no haya bloqueo político y evitar la entrada en el Gobierno de los populistas. Comportamiento de partido europeo y democrático que contrasta con el dictatorial y bananero de quienes perdieron las elecciones pero gobiernan aquí, vendiendo España.

Dignidad y democracia y sentido de Estado que había demostrado previamente su hasta noviembre jefe de Gobierno, Antonio Costa, un socialdemócrata, pero este de verdad, al presentar su dimisión por considerar incompatible su cargo con ser investigado por una presunta trama de corrupción que no le afecta directamente.

"La dignidad de las tareas de un primer ministro no son compatibles con ninguna sospecha sobre la integridad, el buen comportamiento y menos aún con cualquier tipo de acto delictivo", afirmó Costa tras presentar su dimisión al presidente de la República.

Un político, Antonio Costa, y un país, Portugal, que no solo han conseguido superar a España en respeto y prestigio internacional sino que, como dijimos cuando su renuncia, ha logrado un histórico sorpasso a la economía española en los principales indicadores económicos con una política económica seria, coherente, sin concesiones a la demagogia y a los populismos, carente de voracidad fiscal y sin medidas intervencionistas además de consolidar al país vecino como un destino preferente de turismo y de inversiones, muchas de ellas de empresas españolas que aprovechan la estabilidad política, la seguridad jurídica y los atractivos fiscales para emigrar al país vecino.

La economía portuguesa que creció un 6,7% en 2022, el mayor aumento desde 1987, mantuvo su ritmo de subida del 1,9 en 2023. El país vecino tiene también el honor de ser la economía con calificación 'A' que más rápido ha reducido su deuda pública sobre el PIB en todo el mundo apoyado en una drástica contención del gasto público. De acuerdo con los últimos datos fr Eurostat, la deuda pública portuguesa cayó al 110% del PIB, frente al 111,2% de la española, después de que el rigor fiscal del Gobierno de Antonio Costa le haya permitido recortar su deuda en 28 puntos a España en apenas dos años. Y los datos que maneja JP Morgan señalan que la deuda de Portugal caerá al 98,9% en 2024, mientras que la española se situará en el 106,3%.

Y si hablamos del déficit público Portugal, tras elevar su desequilibrio hasta el 5,8% en 2020 -España superaba el 10%, volvió a registra un déficit inferior por debajo del 3%. a pesar de haber cobrado mil millones de euros menos en el impuesto sobre la renta de las personas físicas y de haber adoptado el tipo cero en el IVA de los alimentos básicos. Además tener una tasa de paro de sólo el 6,5%, prácticamente la mitad de la española.

Con estos logros, Antonio Costa, prefirió mantener una trayectoria de decoro y autoestima, sin aferrarse al cargo ni humillarse pese a disponer de una mayoría cómoda en el Parlamento. Y, por supuesto, sin mirarse en el espejo de sus vecinos del otro lado de la Raya Ibérica, donde se da la amnistía a delincuentes, golpistas y malversadores, y el presidente del gobierno entrega España a sus enemigos y se humilla ante un prófugo de la Justicia por seguir en un gobierno que no ganó en las urnas. Cómo decía esa frase que se popularizó durante los años del tardofranquismo, pero conjugándola ahora en modo elogio positivo: "menos mal que nos queda Portugal".

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